Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de él soportó la cruz. (Hebreos 12:2)
Lo que la fe lleva a cabo a veces es más difícil de lo que podamos imaginar.
En su libro Miracle on the River Kwai (que se traduce literalmente como «Milagro en el río Kwai»), Ernest Gordon narra la historia real de un grupo de prisioneros de guerra que trabajó en el ferrocarril de Birmania durante la Segunda Guerra Mundial.
Al final de cada día, las herramientas eran recolectadas del grupo de trabajo. En una ocasión, un guardia japonés gritó que faltaba una pala y exigió que se encontrara al que la había robado. Comenzó a despotricar y maldecir hasta llegar a una furia paranoica, y dio la orden de que el culpable diera un paso al frente. Nadie se movió. «¡Todos morirán! ¡Todos morirán!», gritó tomando su rifle y apuntándolo hacia los prisioneros. En ese momento, un hombre dio un paso al frente y el guardia lo golpeó con el rifle hasta matarlo mientras el hombre permanecía en silencio y en posición de atención. Cuando regresaron al campo, volvieron a contar las herramientas y vieron que no faltaba ninguna pala.
¿Cómo se puede sostener la voluntad de morir por otras personas cuando se es inocente? Jesús fue llevado a la cruz y se mantuvo firme en su amor por nosotros «por el gozo puesto delante de él».
La gracia implica que quienes la reciben no son merecedores de ella. Por lo tanto, no diré que Jesús puso su esperanza en la gracia. Simplemente diré que contaba con la bendición y el gozo que le aguardaban, y esto lo llevó a mantenerse firme en su amor en medio del sufrimiento.
Cuando lo imitemos en esto, que es algo que deberíamos hacer, aquella bendición y aquel gozo para nosotros es la gracia la gracia venidera. Como hombre, dándonos el ejemplo de cómo tomar nuestra cruz y seguirlo por el camino del amor hacia el Calvario, Jesús se encomendó al Padre (1 Pedro 2:23) y basó su esperanza en la resurrección y en el gozo de reunirse con su Padre y de redimir a su pueblo.